El 18 de septiembre de 1893 falleció el Dr. Joan Baptista Grau i Vallespinós, cuando no hacía tres años que era obispo de Astorga. Realizando a caballo la visita pastoral de su diócesis, se había rascado una pierna con la rama de un árbol. La herida se gangrenó y Mons. Grau murió en el pueblecito de Tábara. Gaudí estaba entonces en Astorga. Le avisaron que el obispo estaba enfermo y que deseaba verle. Anton fue a Tábara y comprendió enseguida que el Dr. Grau estaba para morirse. Decía: “Lo hallé tan hermosamente transformado que me vino la idea de que ya no podía vivir. Era hermoso, demasiado hermoso...¡Todo lo personal le había desaparecido! Las líneas de la cara, el color, la voz... No quedaba del ser más que algo sin relación con las cosas. Y la belleza perfecta no puede vivir. La tesis, el abstracto de las divinidades griegas, no habría vivido”. El prelado regresó cadáver a Astorga. Anton, su amigo, levantó un templete en la iglesia del seminario, en el fondo del cual puso el túmulo. Lloró, arrodillado, al ver pasar el cortejo fúnebre. Después, preparó el sepulcro: una urna tosca, compuesta de seis losas del mismo granito blanco del palacio que “tenía que ser, en primer lugar, blancura de veste episcopal que, con la significación litúrgica, tuviera aquí la de marcar un contraste y, con ello, fijar un centro de irradiación”. Grabó con sus manos el escudo del prelado, una cruz y la inscripción IOANNES, 1893. Una vez enterrado el Dr. Grau, Gaudí y su equipo no tuvieron más remedio que abandonar las obras del Palacio Episcopal y regresar a Catalunya, con gran contentamiento de casi todos en Astorga, quienes les negaron cualquier ayuda espiritual y económica.