Manel Vicens i Montaner era corredor de Comercio y Bolsa. Se movía por los círculos de la Renaixença y así debió conocer a Anton Gaudí, de quien fue uno de sus primeros clientes. En 1878 heredó de su madre un terreno en Gràcia (actualmente calle de les Carolines) donde pensó construir una casa, que encargó a Gaudí. El proyecto no se concretó hasta el 15 de enero de 1883, y la construcción se alargó hasta 1888, según las disponibilidades financieras del cliente. En esta casa, cuya construcción fue simultánea a El Capricho de Comillas y a los pabellones de la finca Güell, el joven artista se lanzó al nuevo estilo que propugnaba Domènech i Montaner: el Modernismo. Buscó las raíces del arte mudéjar, que sumó a su originalidad barroquizante y su tecnicismo innovador. Gaudí y Vicens fueron grandes amigos. El arquitecto solía pasar algunas temporadas en la casa que Vicens tenía en el pueblo costero de Alella (el Maresme), en la calle de Dalt (hoy Anselm Clavé). Allí, Gaudí se levantaba de madrugada y, acompañado del viejo “Queixalada”, un bohemio que le hacía de guía por el bosque, se dedicaba a dibujar las hojas y los árboles que captaban su atención. Una vez, coincidió ser el día de san Antonio, y regaló una muñeca a la niña de la casa, que se llamaba también Antonieta. En julio de 1883, Gaudí trazó un proyecto de capilla del Santísimo Sacramento para la iglesia parroquial de Sant Feliu d’Alella, que carecía de ella. También dejó a su paso por Alella un primer tramo de escalera en el campanario de la misma iglesia y dos muebles en la casa Vicens: una graciosa chimenea rinconera de madera y metal y un armario angular. En 1899, la viuda de Manel Vicens, Dolors Giralt, vendió la casa Vicens a Antoni Jover i Puig.