La Iglesia, atenta a la cristianización de los países y las épocas, vio en la devoción a Montserrat una ocasión excelente de evangelización de la nueva Catalunya emergente. Se fijó –sin excesiva precisión histórica- el 25 de abril de 1880 como fecha del milenario del dichoso hallazgo de la Santa Imagen y para celebrar la efeméride se convocó una gran peregrinación. La Virgen de Montserrat unió maternalmente a todos sus hijos. Así, mosén Fèlix Sardà, desde su “Revista Popular”, y mosén Jaume Collell, desde su “La Veu de Montserrat”, fueron los grandes propagandistas al unísono de esta iniciativa, que desde el punto de vista arquitectónico suponía la restauración de la basílica, que amenazaba ruina, y su ampliación con el nuevo ábside-camarín, dibujado por el joven estudiante Gaudí en 1876-77 para el arquitecto Del Villar. El 25 de abril de 1880 las obras continuaban paralizadas en los cimientos, por falta de donativos. La fiesta fue un éxito: Asistieron unos 20.000 peregrinos, presididos por el Nuncio, en representación de León XIII, y cinco obispos. El certamen poético estaba abierto a los poetas catalanes, castellanos y occitanos, que quedaron mudos ante el “virolai” de mosén Jacint Verdaguer que, musicado por Josep Rodoreda, fue apoteósicamente aplaudido por el pueblo y adoptado como himno montserratino hasta el día de hoy. Esta fiesta abrió el deseo de hacer otra más solemne, en que la Virgen de Montserrat habría de ser coronada canónicamente y proclamada patrona de Catalunya. El obispo de Barcelona, doctor José María de Urquianona, era el principal impulsor, necesitado de encontrar un nexo de unión entre los católicos divididos y de visualizar en la emergente sociedad catalana la incidencia del cristianismo. Por suscripción popular, se hicieron una corona y un cetro espléndidos. León XIII nombró legado al arzobispo de Zaragoza, el cardenal Benavides, que coronó la imagen en la significativa fecha del 11 de septiembre de 1881. Los poetas ofrecieron una “corona poética” y pidieron a la Virgen una especial protección para la lengua y las letras catalanas. La concurrencia fue tanta como en la fiesta milenaria. La Santa Imagen estrenó un riquísimo vestido bordado por Francesca de Paula Bocabella i Puig, la hija de Josep Maria Bocabella, siguiendo dibujos de su marido Manuel de Dalmases. Para este vestido, aprovechó las cortinas que ella misma había hecho para el camarín en septiembre de 1868, que habían sido retiradas para la reforma. Entre los católicos catalanes y españoles, el fracaso de Balmes unas décadas antes en su intento de saldar el contencioso entre carlistas y liberales continuaba vigente, hasta llegar al enfrentamiento en grandes polémicas en la prensa entre los católicos “puros” o “íntegros” y los católicos “mestizos” de católico y de liberal. Los integristas otorgaban al partido carlista el monopolio de la acción política de los católicos, mientras que los mestizos propugnaban tomar parte activa en la política de la Restauración. En este asunto crucial, la polémica entre “El Correo Catalán” y el “Diario de Barcelona” era continua. El órgano de expresión por excelencia de los integristas era el diario carlista “El Correo Catalán”, que tiraba unos 9.000 ejemplares. Junto con el aún más integrista “El Siglo Futuro”, eran la lectura preferida de la mayoría de las sacristías catalanas. Sin ser confesional, el veterano “Diario de Barcelona”, con su tirada de 10.000 ejemplares, expresaba las ideas de los católicos liberales. Además de estos diarios, había dos revistas que tiraban más de 10.000 ejemplares, ambas adscritas a la idea integrista: la “Revista Popular”, fundada y dirigida por mosén Fèlix Sardà i Salvany, incondicionalmente intransigente; y “El Propagador de la Devoción a San José”, dirigida por Josep Maria Bocabella, de carácter más piadoso y centrada en la erección del Templo expiatorio de la Sagrada Família. Completaban el panorama de la prensa católica algunas docenas de revistas más, que tiraban menos de 1.000 ejemplares o a lo sumo 1.500, como “Santa Teresa de Jesús”, dirigida por mosén Enric d’Ossó, futuro cliente de Gaudí. En lengua catalana, mosén Jaume Collell publicaba “La Veu de Montserrat”, opuesta a “El Correo Catalán” y la “Revista Popular”. La prensa anticlerical tiraba mucho más. Por ejemplo, el diario “El Diluvio” tiraba 8.000 ejemplares y el semanario “La Campana de Gràcia” se acercaba a los 25.000 ejemplares. La cuestión que abrió el enfrentamiento público entre los dos grupos de católicos fue la gran peregrinación que se celebró en Vic en 1881 en desagravio por los que habían propuesto tirar al Tíber el cadáver de Pío IX, con 40.000 asistentes, que se convirtió en un mitin anti-liberal orquestado por el Dr. Fèlix Sardà y que provocó por parte del episcopado catalán la supresión de la masiva romería programada a Roma con la misma finalidad. En esta situación de discrepancia singularmente con el obispo de Barcelona, el Dr. Urquinaona –que participaba activamente en la política de la Restauración, como senador del Reino-, el Dr. Sardà escribió para defenderse y contraatacar el brillantísimo opúsculo “El liberalismo es pecado”, una denuncia vigorosa y contundente del liberalismo, que se infiltraba o se había ya infiltrado en las filas católicas con la pretensión de sustituir al integrismo. Siendo imposible publicarlo en Catalunya, intentó hacerlo en Madrid a principios de 1882. Mientras, en los ambientes integristas de Catalunya aparecían revistas satíricas contra la jerarquía eclesiástica, similares a las anticlericales, que alcanzaron gran difusión en los seminarios y las sacristías. Situaciones similares se daban en todo el Estado español, hasta el punto que el papa León XIII quiso intervenir para introducir la calma. El 8 de diciembre de 1882 envió la encíclica “Cum multa”, que prescribía el respeto a la autoridad y misión de los obispos, calificaba de equivocada la opinión de identificar el catolicismo con un solo partido político hasta el punto de conceptuar como separados del catolicismo a los que pertenecen a otro partido, pedía la unión de los católicos en defensa de la religión por encima de las diferentes opiniones políticas, exigía la obediencia a la autoridad civil legítima, y exhortaba a los clérigos a la obediencia a sus prelados y a alejarse de las pasiones políticas, a los periódicos católicos a evitar discordias, la malicia en la denuncia, la violencia en el estilo, los excesos de lenguaje y los altercados, y a los obispos a reunirse por provincias eclesiásticas para tomar sus decisiones en común. La primera resolución que adoptó el Dr. Urquinaona así que conoció el texto de la “Cum multa” fue cambiar el censor de “El Correo Catalán” por el joven sacerdote intelectual mosén Josep Torras i Bages, amigo del Dr. Jaume Collell, hecho calificado de gravísimo por el Dr. Sardà. El enfrentamiento entre el Dr. Sardà y el Dr. Urquinaona se acentuó aún más y duró hasta la repentina muerte del obispo, el 5 de abril de 1883. El multitudinario entierro del “martillo de carlistas” fue ampliamente reseñado por “La Renaixensa• y fue calificado por el Dr. Sardà de “fiesta liberal de pura raza, con asomos de masónica”. Según el “Diario de Barcelona”, en el artículo “Pastor y Víctima”, firmado por su director Josep Mañé, había muerto a causa de los disgustos causados por los católicos que presumían de “puros entre los puros” y que se presentaban como “modelos de creyentes y sumisos católicos”, pero corrieron rumores de que había sido envenenado. La ciudad le dedicó una plaza de l’Eixample y la división de los católicos se acentuó. Por ejemplo, la situación de insubordinación colectiva entre los seminaristas de Tarragona a favor del Dr. Sardà era tan grave que el arzobispo Dr. Vallmitjana, de acuerdo con el Nuncio, disolvió el seminario el 14 de junio de 1883. “El liberalismo es pecado” no obtuvo la licencia eclesiástica en Madrid, pero el Dr. Sardà aprovechó la muerte del Dr. Urquinaona para publicar algunos capítulos en “El Correo Catalán”. El nuevo obispo, el Dr. Jaume Català i Albosa, llegó el 13 de octubre de 1883 con intenciones pacificadoras, y permitió en 1884 la publicación de “El liberalismo es pecado”, que sería reeditado ampliamente hasta nuestros días. La situación no se serenó, y se agudizaron las polémicas agrias entre “El Correo Catalán” y el “Diario de Barcelona”, entre la “Revista Popular” y “La Veu de Montserrat” y otras publicaciones sobre la política de los católicos, distinguiéndose en la propaganda de “El liberalismo es pecado” los jesuitas; y en la defensa de los católicos no carlistas, de la separación entre religión y política, el Dr. Josep Morgades, que había sido el brazo derecho del Dr. Urquinaona en Barcelona y había sido entronizado como obispo de Vic en 1882. Un canónigo de aquella catedral, Celestino Pazos, publicó “El proceso del integrismo” en 1885, que intentaba refutar las tesis de “El liberalismo es pecado” en forma de coloquio entre un integrista que peguntaba y un teólogo que respondía.