La Cripta de la Sagrada Familia, empezada por el primer arquitecto, Francesc de Paula del Villar y terminada por Gaudí, y donde hasta ahora se hacía el culto, ha sido cerrada durante al menos un año. Las columnas de esta cripta tienen que aguantar, además de las bóvedas de la propia cripta, el peso del ábside del Templo, con su gran torre acabada en una estrella dedicada a la Virgen María. El subsuelo del Eixample de Barcelona, como es sabido, está formado por tres capas. El primer sustrato, de unos veinte metros, son depósitos aluviales del Paleozoico, de unos 1,8 millones de años de antigüedad, compuestos de arcilla roja, grava de pizarra y costras calcáreas. Más abajo, hay sedimentos del Plioceno. Es el recuerdo del mar que había hace 4 millones de años, formado por arcillas, margas y arena. Debajo de todo, se encuentra la roca del Cuaternario, de una antigüedad inimaginable. Es el granito y la pizarra (licorella) que afloran en el Collserola y en los montículos de Barcelona, como la Colina de las Tres Cruces del Park Güell. En torno a la Sagrada Familia, el estrato del Paleozoico sube mucho a ras de superficie. Los sondeos que se han hecho bajo la Cripta han obtenido a pocos metros una arena fina, preciosa de color, que se escuela entre los dedos de las manos. Sobre ella descansan los cimientos hechos por Francesc de Paula del Villar para su proyecto de la Sagrada Familia, mucho más pequeño que el de Gaudí. Los arquitectos e ingenieros han considerado necesario reforzar estos cimientos antes de alzar la torre dedicada a la Virgen, “seno materno” del altar mayor, símbolo litúrgico de Jesucristo. Es una obra compleja, ya que habrá que descalzar las columnas y las paredes, sacar la arena de debajo y hacer unos grandes cimientos nuevos. Un trabajo de meses. Los restos mortales de Gaudí esperan la resurrección en la Cripta, dentro de la tumba de la capilla de la Virgen del Carmen. Él, el Arquitecto, continúa velando desde el cielo por su Templo, como lo hacía mientras estaba entre nosotros.