La caída de los Estados Pontificios

Justo cuando iba a ser despojado, Pío IX, en virtud de su autoridad apostólica, declaró abierto el Concilio Ecuménico, en una solemne ceremonia en la basílica de San Pedro que duró de las 9 de la mañana a las 3 de la tarde del 8 de diciembre de 1868. Era el vigésimo de la historia y contaba con 780 padres, más de tres veces los asistentes al último concilio, celebrado en Trento hacía más de tres siglos. Fueron invitados todos los obispos ortodoxos y todas las obediencias protestantes, que en su absoluta mayoría no acudieron. El Papa, en cambio, no invitó a participar a los representantes de los Estados, rompiendo la costumbre inaugurada por Constantino en Nicea y mantenida por todos los concilios durante quince siglos. En un gesto de gran audacia de Pío IX, por primera vez la Iglesia se reunía en asamblea suprema separada del Estado y con independencia de los poderes laicos. El tema estrella del Concilio Vaticano I era la definición dogmática de la infalibilidad papal, asunto que desató una gran polémica en toda Europa, a la que Catalunya, donde los católicos eran “más papistas que el papa”, permaneció ajena. En el concilio, los obispos de las diócesis catalanas defendieron hasta el extremo la infalibilidad, contra grupos de obispos franceses, alemanes y austriacos y la terca oposición del único padre conciliar nacido en Reus, Miquel Domènech i Veciana (1816-1878), obispo de Pittsburg, sede a la que renunció, así como a ser nombrado cardenal. También fueron de los que pidieron que san José fuera declarado Patrón de la Iglesia universal. La infalibilidad se votó el 18 de julio de 1870 y tras el gran acto de la historia de la Iglesia, Pío IX despidió a los padres conciliares hasta el 11 de noviembre. Sin embargo, aquel mismo verano Roma caería en manos de los italianos y el concilio ya no se reanudaría. El 19 de julio comenzó la guerra franco-prusiana y el 2 de septiembre se hundía el ejército francés en Sedan. Cayó el Imperio, se proclamó de nuevo la República francesa y Roma quedó sin defensa. Pío IX dio la orden de limitarse a una resistencia simbólica y ceder antes de cualquier efusión de sangre y el 20 de septiembre de 1870, al oír el cañonazo que abría una brecha en la muralla aureliana junto a la Porta Pia, mandó poner una bandera blanca en la cruz de la basílica de San Pedro. En esta situación, declaró a san José Patrón de la Iglesia universal, el 8 de diciembre de 1870. La figura del Vicario de Cristo “prisionero del Vaticano” llenaba de emoción a los católicos de todo el mundo. Miles de peregrinos acudían del universo católico para manifestarle su adhesión, o para aclamar al “Papa-Rey”, al que llegaban las angustiosas noticias de los avances de los francmasones y los anticlericales en Italia, en la Francia de la Comuna, en la Alemania de Bismark, en Bélgica, en Bohemia y en la península Ibérica. Uno de los primeros en ir a Roma fue, en 1871, Josep Maria Bocabella, fundador cinco años antes de la Asociación de Devotos de San José, que ya contaba con 400.000 asociados, entre ellos el propio papa Pío IX. Ofreció al “Prisionero del Vaticano” un grupo de plata reproducción del cuadro “Descanso en la Huída a Egipto”, que presidía el altar de la capilla de san José del santuario de Montserrat, ante el que había surgido la inspiración de fundar la Asociación, y que había costado 3.000 duros; y todo el dinero recogido por la asociación: 18.500 duros. En Roma, constataron la devoción del pueblo al Bambino Gesú de Ara Caeli. De regreso a Barcelona, visitaron en Loreto la “Santa Casa”, el 26 de noviembre de 1871. En Catalunya, la Revolución de 1868 había cogido a la Iglesia mucho más preparada que la de 1835. Gracias a la influencia de san Antonio Maria Claret en la Corte española, todos los obispos de Catalunya eran por primera vez desde la conquista por Felipe V (1714) catalanes o plenamente identificados con la lengua y el país. Así, los seminarios diocesanos y los noviciados religiosos, reabiertos gracias al concordato de 1851, habían hecho una gran labor. Contaban más de 2.500 seminaristas (1.000 de ellos en el seminario de Vic). Para los 1.900.000 habitantes de Catalunya, había unos 4.200 sacerdotes diocesanos, con un promedio de unas 450 almas por sacerdote. El uso de la sotana se había normalizado y realizaban ejercicios espirituales cada año. En cuanto a los religiosos, se fundaron varios institutos de vida activa, sobre todo femeninos; y las leyes francesas de restricción de la enseñanza trajeron a Catalunya a muchos religiosos y religiosas franceses, que elevaron notablemente el nivel de la enseñanza católica. Entre los laicos, había crecido la cofradía del Rosario, que difundía el rezo del rosario en la parroquia o en casa. En conjunto, la Iglesia había conseguido cierta incidencia en una parte substancial de la burguesía y, sobretodo, de las clases medias. Sin embargo, su acción en el creciente proletariado tenía un sentido apologético y benéfico -escuelas infantiles, bibliotecas parroquiales, asilos, hospitales, asociaciones caritativas como las conferencias de san Vicente de Paul, etc.- que no llegaba a la mayoría de obreros y que era contrarestada por una eficaz propaganda que identificaba a los obispos con los capitalistas y creaba desconfianza popular hacia los sacerdotes y los religiosos. Las obras sociales más allá de la estricta caridad evangélica, como la “Escola de la Virtut”, eran escasas, y estaban inspiradas en el ideario de Balmes, que estaba convencido de la inestabilidad de la estructura social existente en el momento. Al estallar la Revolución, los obispos, conscientes de que era un resultado de la influencia de la masonería y otras sectas anticlericales, tomaron una posición contrarrevolucionaria, en defensa de la “unidad católica”. La Revolución, por su parte, impuso medidas anticlericales de inmediato: reconocimiento de todas las libertades individuales, expulsión de los jesuitas, desalojo de conventos para ocuparlos como cuarteles, supresión de los seminarios y de colegios religiosos –entre ellos, los Escolapios de Reus- para transformarlos en institutos laicos, prohibición de actos de culto públicos, concesión a los protestantes de licencia para edificar edificios propios, reanudación de las ventas de los edificios desamortizados que aún quedaban en manos del Estado, etc. Los obispos catalanes fueron muy activos en el plebiscito de 1869, propagando su hostilidad a la nueva constitución. Al proclamarse, se les obligó a jurarla. Cinco obispos se mostraron favorables y tres desfavorables, entre ellos el obispo de Urgell, Josep Caixal i Estradé, que huyó a Andorra. A los otros dos desfavorables se les negó el pasaporte para asistir al concilio. Caixal viajó desde Andorra y fue el obispo que tuvo más intervenciones: doce orales y once escritas. Regresó a Catalunya al estallar la guerra civil, como vicario general castrense del ejército carlista. Estando en Roma, recibió la carta de mosén Josep Manyanet, el fundador de los “Hijos de la Sagrada Familia”, de 24 de junio de 1869, donde le proponía: “Meditando sobre los males que traen desquiciada la sociedad y sobre su más oportuno y eficaz remedio, y no hallándolo sino en la unión de todos los obispos con la Silla de Roma en el próximo Concilio ecuménico, me vino la idea de interesar al glorioso Patriarca San José en este importantísimo negocio por medio de la erección de un templo expiatorio fabricado por la caridad de los españoles, grabando en su frontispicio para memoria de las generaciones futuras estas o parecidas palabras: “Al glorioso Patriarca San José, Patrón de la Iglesia universal y Restaurador de España”. Para no ver defraudadas nuestras esperanzas, empezaríamos rezando una misa todos los miércoles a San José, implorando su poderosa protección, y todos los meses otra a María Inmaculada para los piadosos fines de los que se dignaran contribuir con sus limosnas al levantamiento de este magnífico templo”. Mosén Manyanet comunicó la idea a su amigo Bocabella y unos años después, en abril de 1874, “El Propagador” planteaba a sus asociados “erigir un templo dedicado a la Sagrada Familia, a imitación del que están haciendo los católicos franceses en honor del Sagrado Corazón en Montmartre y los católicos romanos han prometido también en honor del Sagrado Corazón, una vez se alcance el triunfo de la Iglesia”. Por Navidad, “El Propagador” publicó una emocionada descripción de la gruta de Belén, según la reproducción que había en Santa María la Mayor.

Josep Maria Tarragona, 03-IV-2007
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Última actualización: 06/05/2016