Antoni Gaudí tenía 57 años cuando dirigió la construcción de la maqueta de yeso de la fachada del Nacimiento que se expuso en la exposición de Bellas Artes de París de 1910. Tenía unos cuatro metros de altura y el artista aprovechó para diseñar entonces los terminales de los tres portales de la Fe, la Esperanza y la Caridad. Éste último, el central y más alto, culmina con un ciprés (cupressus sempervirens), un árbol que tradicionalmente se consideraba que nunca muere. El artista lo puso para simbolizar la eternidad del amor de Cristo por los hombres. Detrás de este ciprés de la caridad eterna, un aéreo puente permite sostenerlo físicamente y practicar el vuelo entre los dos campanarios centrales, los de san Simón y de san Judas. Poco tiempo después, don Anton comentó a los jóvenes estudiantes de arquitectura que venían a su taller a aprender: -La Iglesia no para de construir, y por eso su cabeza es el Pontífice (de “ponti-fex”, que significa hacer puentes). Los templos que construye constantemente son los puentes para llegar a la Gloria. El puente de la fachada del Nacimiento es pues una metáfora de todo el templo: es un puente para ir de Aquí al Más Allá, de la Tierra a la Gloria, un homenaje al papa, el Romano Pontífice.