Cuando, en el primer semestre de 1910, se hizo la maqueta de yeso de la fachada del Nacimiento para la exposición de Bellas Artes de París, Antoni Gaudí determinó los terminales de los tres portales de la Fe, la Esperanza y la Caridad. El más cercano al mar es el portal de la Esperanza, cuya escena más alta es los Desposorios de María y José. Sobre los carámbanos que la enmarcan, el arquitecto dispuso una barca, con un farol de grandes proporciones para iluminar a la Humanidad en las furiosas borrascas, un ancla de salvación y una vela que sostiene y dirige el Espíritu Santo en forma de paloma. Se trata, obviamente, de la Iglesia católica, la esperanza más alta de cada hombre y de la Humanidad en su conjunto, en una de sus representaciones más tradicionales: la barca de Jesucristo. Pero Antoni Gaudí no puso pilotando la barca de la Iglesia católica a san Pedro, sino a san José. Hasta entonces, el papa –comenzando por el primero, san Pedro- era quien capitaneaba la Iglesia figurada como una barca. Antoni Gaudí modificó esta iconografía clásica, plasmando el magisterio del reciente Pío IX sobre san José, que estaba en el origen del templo expiatorio de la Sagrada Família. Pío IX había nombrado a san José patrón de la Iglesia universal, el 8 de diciembre de 1870. Dos meses y medio antes, las tropas italianas que sitiaban Roma habían abierto una brecha en la muralla aureliana junto a la Port Pia y el mismo papa había mandado poner una bandera blanca en la cruz de la basílica de San Pedro. Con ello habían concluido de hecho los catorce siglos de historia de los Estados Pontificios, dejando al papa sin soberanía temporal, sin independencia y sin dinero, encerrado en el edificio del Vaticano. Muchos pensaban que se trataba del último papa: que cuando Pío IX falleciese, ya no se elegiría otro. Y el sucesor de san Pedro, ante el desplome político y material del papado –lo que según la mentalidad formada a lo largo de los siglos era un golpe mortal-, puso el timón de la Iglesia católica en manos de san José. Exactamente así lo quiso plasmar Antoni Gaudí en la fachada del Nacimiento: ya no es el papa, sino san José quien gobierna la barca de la Iglesia, que ilumina a la Humanidad en las borrascas del océano de la historia, movida por la fuerza del Espíritu Santo.