Durante el pontificado de Pío X, tuvo gran importancia el cardenal Josep de Calassanç Vives i Tutó. Había nacido en Sant Andreu de Llavaneres el 15 de febrero de 1854; tenía, por tanto, una edad muy similar a la de Gaudí. Josep quiso ser capuchino y, debido a la persecución de las órdenes religiosas en aquel momento en el estado español, ingresó en el noviciado de Guatemala y se licenció en 1874 en la University of Santa Clara (California). Regresó a Catalunya, ya sacerdote, en 1880, pero fue reclamado desde Roma en 1887. Fue creado cardenal en 1896 por León XIII. Su sucesor, san Pío X, le nombró su confesor particular y prefecto de la Congregación de Religiosos. Desde el cardenal Francesc de Remolins (1462-1518), fue el único cardenal catalán con influencia determinante en la Curia Romana y en el gobierno de la Iglesia universal. Así, fue el autor material de la célebre encíclica Pascendi (1907) y uno de los redactores del Código de Derecho Canónico de 1917, que ha estado vigente hasta 1983. Vives i Tutó intervino directamente en la lucha contra el integrismo en el estado español: propició la consagración episcopal de Torras i Bages, defendió a Verdaguer y se constituyó en el gran protector de las obras de la Sagrada Família y de su continuidad. Él, tan cercano a san Pío X y su principal colaborador en la condena del Modernismo religioso, regaló a la futura basílica en 1911 un valioso relicario con reliquias del “Lignum crucis”, del pesebre de Jesús, de la columna de la flagelación, de la mesa de la Santa Cena, de los zapatos de la Virgen María, de la casa de Loreto, del vestido de la Virgen María, de la casa de Nazaret, del báculo de san José, del manto de san José, de la casa de san José, de san Juan Bautista, san Joaquín, santa Ana y varios santos más. Este relicario se exponía en la cripta en las grandes fiestas de la Sagrada Familia y de san José. La tarde del 19 de marzo de 1920, salieron en procesión por las calles del barrio, bajo un palio de seis varas diseñado por Gaudí. Como era tradicional, al regresar la procesión y acabar los actos religiosos, ya al anochecer, se encendieron los tederos de la explanada y diversos fuegos de colores que surgían de las ventanas y lonjas de los campanarios y del ábside, dispuestos por Gaudí, hicieron cobrar a todo el conjunto un aspecto fantástico.