En mayo de 1911 Anton Gaudí, extenuado por la fatiga y las dificultades, se puso enfermo. Sólo los más íntimos conocían y podían evaluar el delicado momento que atravesaba: la desaparición de su padre, el agravamiento de su sobrina Roseta, la no terminación de la Pedrera, la lentitud exasperante de la Sagrada Família… Su amigo el doctor Pere Santaló lo sabía todo y diagnosticó fiebres de Malta. La única posibilidad de curación era el reposo absoluto durante una temporada. Ambos amigos se instalaron en Puigcerdà. Santaló prohibió las visitas y él mismo informaba del estado del enfermo en sus bajadas a Barcelona. Sólo autorizó a subir a mosén Gil Parés, el capellán de la cripta de la Sagrada Família. Don Anton pidió al mosén que le enviara algunos libros y así, durante la larga convalecencia, repasaba en cortos ratos los grandes textos que eran la fuente de su inspiración como arquitecto y que no eran exclusivamente la Sagrada Escritura, como a veces se ha dicho. La biblioteca trasladada a Puigcerdà estaba compuesta por los Evangelios, el Misal Romano, el Antiguo Testamento, el Année Liturgique de Géranguer, el Kempis, El Criterio de Balmes, la pastorales del doctor Torras i Bages, los libros del jesuita padre Casanovas y las encíclicas papales. Gaudí, cristiano culto, leía directamente la Sagrada Escritura como hacían los protestantes y alimentaba su alma de artista con más autores: uno de los siglos pasados, el Kempis, y otros contemporáneos suyos: Géranguer, Balmes, Torras i Bages, Ignasi Casanovas y el papa, entonces san Pío X. Precisamente en mayo de 1911, Pío X había publicado su catorceava encíclica, sobre la “Ley de Separación” de Portugal. La mayoría de las anteriores se referían también a países concretos, sobretodo Italia y Francia, pero destacaba la célebre “Pascendi Dominici gregis”, contra los errores del Modernismo (8 de septiembre de 1907), que eran básicamente la reducción de la religión a un sentimiento, ajeno a la inteligencia y, por tanto, al conocimiento, situando a la Iglesia católica como enemiga de la ciencia y del progreso de la humanidad. En la conclusión, el papa pedía “ayuda a todos los católicos insignes por la fama de su sabiduría, para (…) fomentar todas las ciencias y todo género de erudición teniendo por guía y maestra la verdad católica”. En ello estaba el arquitecto de la Sagrada Família, basílica a la que se dedicó en exclusiva desde que se recuperó de su enfermedad hasta su muerte quince años más tarde.