Cuando nació Gaudí, en 1852, Catalunya contaba una población de unos 1.600.000 habitantes, en constante crecimiento autónomo, sin una inmigración significativa; al contrario, muchos catalanes emigraban a Cuba y a otros países americanos. La alimentación había mejorado a lo largo del siglo; la última hambruna con muertes por inanición había sido en 1812, en plena guerra napoleónica. Las epidemias de viruela, tifus y cólera eran constantes, pero cada vez menos graves. La mortalidad infantil era aproximadamente del 50% y el analfabetismo rondaba el 40%. La población rural disminuía progresivamente, mientras crecía la ciudad de Barcelona, que pasaba ya de los 200.000 habitantes y continuaría aumentando aceleradamente durante la vida de Gaudí. En 1854 se derruyeron las murallas y en 1859 se aprobó el plan urbano de Ensanche ideado por Idelfons Cerdà. Barcelona, resultado del esfuerzo común de los catalanes, acumulaba las energías materiales y espirituales de todas las comarcas del país; fundía como un crisol la Catalunya de montaña, que baja de los Pirineos, y la del litoral, bañada por el Mediterráneo. Aspiraba a volver a ser la capital europea que había sido en la Baja Edad Media, de la mano de su burguesía emprendedora, cuyo edificio más emblemático era el Gran Teatro del Liceo, inaugurado el 4 de abril de 1847. El nivel de vida de Catalunya era superior al de España, que quedaba al margen de la industrialización, y parecido al de Francia. Escribía Balmes en 1843: “Catalunya es la única provincia que participa plenamente hablando del movimiento industrial europeo. (…) Cuando se pasa de Cataluña al extranjero nada se observa que no sea una especie de continuación de lo que allí se ha visto; diríase que el viaje se hace dentro de la misma nación, de una a otra provincia; pero al salir del Principado para el interior de España entonces parece que en realidad se ha dejado la patria y se entre en países extraños”. La primera máquina de vapor de Barcelona se había instalado en 1833. El carbón se importaba de Inglaterra y el algodón de Estados Unidos de América; los obreros procedían del campo catalán y los primeros capitales invertidos eran de los propietarios rurales o de las clases medias urbanas, o habían sido obtenidos en negocios coloniales en Cuba. El Banco de Barcelona fue fundado en 1844. El primer ferrocarril se había inaugurado entre Barcelona y Mataró en 1848. El censo de 1850 contaba 37.301 telares. Entre 1850 y 1854, la importación de algodón osciló entre 15.000 y 16.000 toneladas anuales, y trabajaban 54.800 tejedores y 18.200 hilanderos. Con menor dimensión, se desarrollaban las industrias metalúrgica, química, eléctrica y del corcho. También en la agricultura se producían cambios técnicos y económicos. Se introducían transportes, máquinas —el arado moderno, que sustituyó al romano—, abonos y nuevos cultivos; y se emprendían grandes obras hidráulicas, como el canal de Urgell, acabado en 1861, que duplicaron la superficie irrigada. Se trataba de una auténtica revolución, que provocaba grandes cambios no sólo demográficos, sino también sociales y culturales. De ella surgieron nuevos grupos: a) Una alta burguesía (no se utilizaría esta denominación hasta la Revolución de 1868) industrial y financiera —los Girona, Güell, Comillas, Batlló, etc.— radicada en Barcelona. b) Una amplísima burguesía media —conocida históricamente como “burguesía catalana” y formada por muchos miles de familias— que empalmaba con los propietarios rurales (que encarnaban el modelo “idealizado” del país) y las clases medias urbanas recicladas. c) Al lado de la burguesía industrial y comercial, se desarrollaba una burguesía profesional e intelectual: médicos, abogados, arquitectos, profesores, etc., que ejercerían su profesión universitaria. d) Un numeroso proletariado, muy parecido al del resto de Europa, amontonado en los suburbios en condiciones precarias. En Barcelona había unos 54.000 obreros, de los cuales 6.500 podían considerase educados y bien vestidos, y el resto eran “miserables”, sin trabajo fijo. En las demás ciudades industriales, como Reus, la situación era peor. e) Por último, en Cuba y en Puerto Rico —las únicas colonias que había conservado la Monarquía Española tras la reciente emancipación americana— era legal la esclavitud. En Cuba aumentaba constantemente —con la eficaz intervención de algunos propietarios y traficantes catalanes—, hasta que las personas de color alcanzaron la tercera parte de la población. En los vecinos Estados Unidos, Abraham Lincoln fue elegido presidente en 1860 y, tras la guerra de Secesión (1861-1865), se abolió la esclavitud. Simultáneamente, desaparecía la hegemonía de los grupos que desde la Edad Media habían marcado la vida social del país. La aristocracia se había integrado en la Corte de Madrid. Los agricultores acomodados y los menestrales más emprendedores se convertían, mediante el ahorro, el trabajo constante y el esfuerzo, en nuevos empresarios. El resto pasaba a engrosar las filas del proletariado. Este proceso —desde el payés o el artesano hasta el obrero o el burgués— duraba dos o en general tres generaciones, con también dos saltos geográficos: del pueblo a la capital de comarca, y de allí a Barcelona. En resumen, Gaudí nació en la época de la Revolución Industrial: de la emergencia de la burguesía y de la formación del proletariado, del éxodo del campo y del crecimiento de la gran ciudad. La estrategia de la familia Gaudí i Cornet, con cultura pero sin capital, sería vender el patrimonio y hacer grandes sacrificios para dotar a sus hijos varones (Francesc y Anton) de carrera universitaria y, con esta palanca, emigrar a Barcelona.