Gaudí empezó la Sagrada Família por motivos profesionales y no por un pensamiento religioso

En el otoño de 1883 Gaudí aceptó el encargo de continuar la Sagrada Família.
Durante los seis años siguientes, hasta finales de 1889, terminó la cripta, iniciada por el primer arquitecto, Francisco de Paula del Villar.
Mientras tanto, proyectó la basílica superior y en 1886 se comprometió con el promotor, Josep Maria Bocabella, a realizarla en diez años.

El joven arquitecto pasaba entonces la etapa irreligiosa de su vida, que había arrancado en la adolescencia y acabó en Astorga, gracias a la amistad personal del doctor Joan Baptista Grau, iniciada el verano de 1889 y finalizada trágicamente en otoño de 1893 por la muerte accidental del obispo.
Gaudí, pues, no aceptó el encargo de diseñar y construir la basílica de la Sagrada Família por una motivación personal religiosa. No había en él un pensamiento religioso. Entonces, en aquel momento inicial y durante los primeros años, se trataba sólo de un encargo profesional.

Eso sí: Se trataba de un encargo que le complacía mucho.
El joven arquitecto era de familia pobre y de pueblo, sin relaciones en Barcelona. Desde que había obtenido el título de arquitecto, había puesto mucho esfuerzo en iniciar y consolidar su carrera profesional, presentándose a concursos, haciendo los pequeños trabajos que le salían y trabajando duro como ayudante de Joan Martorell.
Había anotado en su dietario, el 20 de marzo 1879:

Es preciso, para formarse clientela y un nombre, hacerse pagar en lo que valen los trabajos.

Y, consciente de su valía profesional, había decidido no aplicar la tarifa que la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando prescribía para los arquitectos del Estado Español, sino la tarifa alemana, más alta.

La Sagrada Família era el primer gran proyecto que le llegaba. Le permitía establecerse como professinal independiente.
Diseñó para la Asociación de Devotos de San José un templo grandioso, con un valor artístico excepcional. El presupuesto era de 3.600.000 pesetas —veinte veces lo que costaba hacer una parroquia en Barcelona— y el plazo de ejecución de diez años. Podía lucir su talento y ganar dinero, que necesitaba para el tren de vida que llevaba.

Al terminarlo, a los 44 o 45 años, el cliente, la Asociación de Devotos de San José, quedaría muy satisfecho. Y él sería un arquitecto famoso y un hombre rico, con las 288.000 pesetas que le corresponderían de honorarios.


Las cosas ocurrieron de diferente manera y Gaudí empleó toda su vida en el construcción de la basílica de la Sagrada Família, que dejó inacabada.

En los últimos años, a partir de 1915, formó a varios arquitectos jóvenes para que pudieran continuar las obras de la basílica en el futuro. Isidre Puig i Boada, Josep Francesc Ràfols, Joan Bergós, Cèsar Martinell, Lluís Bonet, entre otros estudiantes de los últimos cursos de arquitectura, acudieron a la Sagrada Família a aprender directamente de Gaudí.


Para ellos, resultaba difícil comprender que aquel anciano profundamente piadoso había vivido una juventud irreligiosa.

Gaudí los acogía a todos con gran afecto, pero enseguida, más allá de las lecciones de arquitectura, estableció una relación personal con Cèsar Martinell i Brunet, tal vez porque era del Camp de Tarragona, y con el leridano y muy católico Joan Bergós i Massó.

Martinell, dotado para la historia, se convirtió en el cronista y el futuro biógrafo del maestro, quien le explicaba documentalmente su vida profesional, abriendo y comentando su meticuloso archivo.

Sin embargo, fue Bergós quien se convirtió en el confidente privilegiado de don Anton. Dentro de la Sagrada Família, se había instalado en el propio despacho de Gaudí y el maestro quería que fuera  testigo de sus conversaciones con las visitas: los amigos, los turistas, los trabajadores de la obra, etc. Es más: acompañaba al anciano arquitecto a las exposiciones, conferencias, reuniones y conciertos y, sobre todo, en el paseo de cada domingo por la mañana hasta la escollera del puerto. Las caminatas constituían normalmente un largo monólogo de don Anton, donde hablaba de todo menos de arquitectura. Esto y contemplar el mar el descansaba.


Gaudí
falleció el 10 de junio de 1926. Todo el mundo esperaba los primeros esbozos biográficos, singularmente los de Cèsar Martinell y de Joan Bergós.

En el número de julio de 1926 de la Revista de Catalunya, Martinell publicó el artículo «Antoni Gaudí». Ponía en boca del arquitecto este comentario sobre los inicios de la Sagrada Familia:

¿Qué más puede desear un arquitecto, que encargarse de un gran templo?

Gaudí no pensaba entonces en los deseos de un arquitecto cristiano, sino en los deseos de un arquitecto: satisfacer al cliente, adquirir fama y ganar dinero.
Había aceptado el encargo de la Sagrada Família con una mentalidad diferente a la de su predecesor. Francisco de Paula del Villar, católico ejemplar y en la cima de su carrera de arquitecto, se había ofrecido, sin que la Asociación de Devotos de San José se lo hubiera pedido, a hacer gratis el proyecto del templo y la dirección de las obras. Era una donación que hacía por amor a Dios ya la Iglesia, por amor a los hombres, movido por su fe cristiana.


Pasó un tiempo desde la muerte de Gaudí hasta que apareció un Anuari dels Amics de l'Art Litúrgic, el de 1926-1928, publicado con licencia eclesiástica —esto es, con censura previa del obispado de Barcelona— por el Cercle Artístic de Sant Lluc, la entidad que agrupaba a los artistas católicos. Allí, Joan Bergós publicó su «Antoni Gaudí». 

Decía textualmente (p. 94):

Empezó el templo movido más por los temas técnicos y artísticos que no por la fe. 


El confidente de los últimos años del maestro concluía con la siguiente expresión, que además de precisa y bella, aceptamos como exacta:


El camino de la obra y el del hombre empezaban paralelamente.

De arriba a abajo: Joan Baptista Grau, Francisco de Paula del Villar, la Sagrada Família al iniciarse la basílica superior, Cèsar Martinell y Joan Bergós

(Avance del libro: Gaudí - el arquitecto de la Sagrada Família)
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Última actualización: 06/05/2016