Para la Exposición Universal de Barcelona de 1888, Anton Gaudí recibió un encargo del suegro de Eusebi Güell, el marqués de Comillas: el pabellón de la Compañía Trasatlántica. Este pabellón se hizo trasladando y modificando el pabellón de la compañía en la reciente Exposición Marítima de Cádiz de 1887, construido por otro arquitecto. Ya en Barcelona, Gaudí recreó su estimadísima Alhambra. Su amigo íntimo el crítico de arte J. Yxart lo describía así: “Convertido por un capricho del mejor gusto en palacio árabe de reducidas dimensiones, y revestido con vaciados en yeso de la ornamentación de la Alhambra, con afiligranadas torres que cubre el propio decorado, y la correspondiente cúpula en el centro, como una mezquita. Tales relieves y alicatados, la blancura de sus paredes, y el arco de herradura de su entrada, entre plantas y flores, le dan de lejos el aspecto de uno de aquellos modelos de marfil que reproducen en reducido tamaño el palacio que acabo de citar. Bañado por el sol, que se refleja deslumbrante sobre aquella masa blanca, teniendo por fondo el azul subido del cielo de las tardes de julio, alegra los ojos en el más adecuado sitio y en consonancia con la amena perspectiva que le rodea.” El pabellón de la Trasatlántica era uno de los más grandes de la sección marítima, compitiendo por su tamaño con el de la Marina. El público y la prensa lo calificaron de “precioso”, de “indudablemente una de las más bellas y elegantes construcciones de la Exposición”.