El ministro Manuel García-Margallo ha dicho lo que piensa sobre la vía catalana, “un éxito de convocatoria, organización, logística y comunicación”. Es raro que un político hable sinceramente. Es un reconocimiento doloroso para él, por ejemplo en comparación con la candidatura olímpica, en la que su gobierno ha gastado varios miles de millones de euros durante los últimos años. Uno de sus proyectos estrella, la “marca España”, está resultando paradójico: unos pocos millones de no-españoles, con la hostilidad absoluta del estado español, han realizado un evento de gran éxito internacional, pocos días después de que todo el aparato del estado -desde la familia real hasta el ayuntamiento de la capital- haya hecho el ridículo (lamentablemente para los que queremos asistir a los JJOO de Madrid). Es también doloroso para él porque gran parte de su trabajo desde que es ministro consiste en luchar internacionalmente contra la libertad de los catalanes. Supongo que es muy difícil convencer a las cancillerías de Lituania, Letonia o Estonia, naciones independizadas de la URSS; de Holanda y de Portugal, en siglos anteriores independizadas de España; de la República Checa y de Eslovaquia, que se han independizado mutuamente; de Alemania, donde ha desparecido un estado y sus habitantes han sido incorporados a la Unión Europea; de Inglaterra, cuyo gobierno ha convocado un referéndum independentista en Escocia, etc.; de que siete millones de ciudadanos del estado español –y por tanto de la Unión Europea- no tienen derecho a ser consultados sobre su futuro político o, dicho de otro modo, que el estado español desea ser una comunidad política a la que millones de ciudadanos pertenecen en contra de su voluntad. Pero lo más significativo es la confesión personal: “La secesión de Catalunya sería una amputación extremadamente dolorosa” que le “entristece”. Esto es más grave: la libertad de los demás le entristece, hasta causarle un dolor extremo. ¡Pobre hombre! Ahora bien, el darse cuenta, en una persona inteligente y viajada, es el primer paso para salir de este abismo de odio. El reflexivo ministro tiene la felicidad personal a un paso: el amor. Si todo el esfuerzo que dedica a luchar contra la libertad de millones de ciudadanos del estado español lo emplease en lo contrario, encontraría la alegría. Y seguro que sería mucho mejor recibido entre sus colegas europeos y la “marca España” subiría puntos, al homologar su estado con los del norte del estrecho de Gibraltar.