«Mi padre hacía peroles; mi abuelo paterno hacía peroles; mi abuelo materno también hacía peroles. Tiempo atrás vino una antigua vecina de casa, que me había conocido de niño, y, al ver el Templo de la Sagrada Familia, ingenuamente, exclamó: ¡Ay, ay! ¡Hace lo mismo que hacía cuando era pequeño! Y tenía razón. Es una aptitud, acumulada por herencia, la que me mueve y me guía.» (De una conversación paseando por el Rompeolas con el canónigo de Barcelona Josep Maria Llovera, el primer semestre de 1926)