Anton Gaudí, ya anciano, confesaba que él no había sido un estudiante modélico en la Escuela de Arquitectura y, por lo tanto, consideraba justificadas las calabazas que obtenía a los exámenes: "Yo no era un alumno modelo. Mi temperamento no me dejaba escuchar las lecciones de los profesores que, por necesidad de los planes de las asignaturas, abundaban en materias abstractas. No censuro la tarea de los profesores, en general. Me limito a exponer el hecho que sólo cuando explicaban materias concretas sabía escucharlos. De eso provenía que asistiera poco a las clases y raramente supiera el programa de las asignaturas de cabo a rabo. Era un indisciplinado y, por lo tanto, en buena lógica escolar, mis calificaciones de fin de curso no podían ser, como a menudo no eran, ni de mucho, excesivamente brillantes. Suerte tenía, aún, del señor Joan Torras, que me defendía en todos los tribunales de examen donde se encontraba."