El joven Gaudí había colaborado, como delineante del arquitecto Del Villar, en la construcción del nuevo ábside de Montserrat. Toda la basílica fue redecorada en los años siguientes. Los escolapios se hicieron cargo de un retablo monumental dedicado a san José de Calasanç, ya que la estancia de su santo fundador en Montserrat fue un episodio significativo de su biografía. Acudieron en 1891 a Gaudí, quien, muy ocupado, se lo hizo dibujar a su ayudante. Francesc Berenguer tenía sólo veinticinco años y Gaudí podía haberlo utilizado como “negro” sin más, como le había ocurrido a él mismo en el ábside, pero quiso que Berenguer, entonces ya padre de familia, apareciese como titular del encargo. El altar y el retablo, flanqueados por los escudos de Catalunya y de Montserrat, son de cedro, en gran parte sin policromar, con el crucifijo, candelabros, lampadarios y otros aditamentos de hierro forjado. El retablo, sobre el que destaca la imagen del santo, está constituido por siete franjas horizontales de decoración vegetal sobre fondo dorado, que recuerda los “katagami” japoneses. El conjunto es una pieza plenamente modernista, de gran belleza; y puede decirse que con este retablo entró en Montserrat el modernismo catalán más genuino.