Gaudí planteó llevar las obras de la Sagrada Familia no por presupuesto y ejecución, sino dirigiendo personalmente los trabajos y pagando materiales y jornales, como había hecho las farolas del Ayuntamiento y como se habían construido las grandes catedrales de la Edad Media. El contratista, Macari Planella, accedió, pero puso sus pegas, y el 3 de marzo de 1884 solicitó un arbitraje para liquidar completamente las obras ejecutadas, a fin de empezar a contar desde cero con el nuevo arquitecto. Fue escogido como árbitro Elies Rogent, el que como director de la Escuela había pronunciado en 1878 la famosa frase al licenciar a Gaudí: “No sé si damos el título de arquitecto a un loco o a un genio”. Puestos todos de acuerdo, el 28 de marzo de 1884, Bocabella, Gaudí y Planella suscribieron el anexo del pliego de condiciones de las obras de la Sagrada Família, en el que se dice claramente que en lo sucesivo el contratista se ajustará a los planos y detalles del nuevo arquitecto director, Anton Gaudí. Quien no quedó contento fue Francisco de Paula del Villar, que la tarde del día de san Jorge de 1884 se topó con Bocabella en la calle de Santa Anna y le amenazó exigiéndole sus honorarios, a los que pensaba que tenía derecho por haber sido sustituido en la obra. Bocabella acudió el 30 de mayo de 1884 al notario Francesc Planas i Castelló y firmó un acta declarando bajo juramento en nombre de Dios Nuestro Señor que Del Villar se había ofrecido para hacer el templo de la Sagrada Família gratis en 1877, por lo que no tenía ningún derecho a reclamar sus honorarios en la dirección de las expresadas obras en virtud de aquel axioma jurídico “Quod promissum est, de jure tenetur”; y que el arquitecto Del Villar, tras unas discusiones sobre los sillares de las columnas, se había personado en la casa del declarante para declinar el encargo, en vista de lo cual Bocabella le había manifestado su disgusto, suplicándole que modificara su decisión, a lo que no quiso acceder, por lo que tuvo que aceptar su dimisión. Gaudí se puso manos a la obra con los diez picapedreros, ocho albañiles y doce escultores, carpinteros y herreros. Lo primero fue cubrir la capilla central de las siete absidiales de que constaba la Cripta, lo que se consiguió en noviembre de 1884. Siguiendo ya los dibujos de Gaudí, se empezaron a hacer las vidrieras, que representan a ángeles tocando instrumentos, el pavimento de mosaico romano, el altar, el sagrario y la imagen de san José, titular de esta capilla central. Mientras, en la Cooperativa Mataronense, Gaudí diseñó el nuevo estandarte, sustitutivo del que él mismo había dibujado en los inicios de la entidad. La bandera, que le pidió Pagés para los actos ciudadanos de Mataró en que debía estar presente la Cooperativa, la bordaron las hermanas Moreu, maestras de la escuela de la Cooperativa, no sin dificultad. Así, Pepeta Moreu le escribía a Barcelona el 2 de junio de 1884: “Muy Sr. Mío: Es difícil bordar una hoja con tanto detalle. Tendría que mandar más dibujos”. El estandarte, representando un telar, abejas y cardos fue pacientemente acabado y colocado en un mástil coronado con una abeja de tamaño gigante, símbolo del obrero y de la Cooperativa. Gaudí quería siempre los mejores artesanos y, para hacer este mástil, se busco a un cincelador que vivía en un quinto piso. Resultó tan pesado que en los desfiles ciudadanos lo tenían que llevar entre dos personas. Eusebi Güell había comprado el 22 de septiembre de 1883 Can Cuyàs de la Riera, que, unida a otras lindantes heredadas de su padre, configuraban una gran finca de recreo de 30 hectáreas en Les Corts de Sarrià, lo que en Catalunya se denomina una “torre”. Era un lugar ideal para mosén Cinto Verdaguer, que pasó algunas temporadas, mientras componía su poema “Canigó”. El poeta bautizó la finca como “Torre Satalía”. Satalía era una ciudad del Asia Menor famosa por sus huertos de naranjos, árbol que, en su vertiente mitológica, era muy apreciado por el poeta. La casa central ya había sido acondicionada por Joan Martorell para su padre, Joan Güell, quien además había construido, también proyectada por Martorell, una capilla dedicada al Sagrado Corazón, que tenía carácter público y donde se celebraba la eucaristía regularmente. Eusebi Güell encargó a Anton Gaudí algunas reformas de la casa y diversas construcciones del parque, formado por solemnes ejemplares de pinos, plátanos, olmos, palmeras, etc. Así, en el terrado de la casa, hizo una salida de escalera y algunas chimeneas, extraordinariamente originales. En el jardín, dos umbráculos, un picador, un kiosco, un mirador, una fuente y el cierre perimetral con sus tres puertas. Uno de los umbráculos estaba construido con haces de cañas, que formaban unas bóvedas originalísimas. El otro, de hierro, es una sucesión de arcos catenarios, el arco aplicado por primera vez en la historia de la Arquitectura por Gaudí y que será la base de su revolución técnica y artística. El picador estaba destinado a caballos de montar. El kiosco era el diseñado por Gaudí para la visita de Alfonso XII a Comillas en 1881, propiedad de Eusebi Güell y trasladado ahora a su finca. El mirador, junto al muro de cierre, estaba apoyado en un arco parabólico. La fuente tiene carácter simbólico: clásico y cristiano. Es la versión gaudiniana del onceavo trabajo de Heracles, según el poema “L’Atlàntida”, de cuya primera edición Verdaguer había regalado un ejemplar a Gaudí y que había oído recitar de sus propios labios apenas publicada. La forma un banco de piedra en semielipse, con asiento de superficie redondeada. El respaldo es de granito, y del centro sale un dragón de hierro forjado que constituye el caño. Vierte el agua en una pileta con el escudo de Catalunya, cuyas cuatro barras forma el agua al rebosar hacia un pavimento de mosaico de guijarros pulimentados. En lo alto, en el centro del respaldo, hay un pedestal que sostiene el busto de Heracles, con el casco que se hizo con la piel del león. Gaudí solicitó a mosén Cinto Verdaguer un texto para inscribirlo, pero al poeta no se le ocurrió nada y éste escribió al común amigo mosén Jaume Collell pidiéndoselo. El canónigo de Vic tampoco tuvo ninguna idea. Si se hubiera añadido esta leyenda religiosa, estarían los cuatro elementos –naturaleza cosmológica, mitología griega, amor a Catalunya y religión Católica- que juegan, combinados, en el aparato icónico y simbólico de muchas obras de Verdaguer y de Gaudí. La relación con Dios, con los demás hombres y con el Universo; es decir, un “humanismo” completo. En el perímetro de la finca, Gaudí puso algunos mojones con la letra mayúscula "G” y la fecha 1884 y tres puertas. Las dos secundarias, de obra vista y cerámica, tienen un aire mudéjar que recuerda El Capricho y la casa Vicens. La principal abre a la carretera de acceso desde Sarrià y está orientada perfectamente al Norte. La forman dos pabellones –la vivienda de los porteros y la caballeriza de los caballos de tiro, dividida en cuadra y picadero-, entre los que se abre una gran puerta de hierro de más de 5 m. de altura. Ambos pabellones son de ladrillo y cerámica, como la casa Vicens y El Capricho, pero tienen un aire mucho más oriental, asiático, alejado de lo aquí conocido, incluyendo las raíces mudéjares. Además, ofrecen tres novedades extraordinarias que Gaudí no se había atrevido a hacer a sus otros clientes, pero que Eusebi Güell le animaba a ensayar en su casa: las bóvedas catenarias, una cúpula hiperboloidal y, en la linterna de esta cúpula, un revestimiento con trozos de azulejos de diversos colores previamente partidos aleatoriamente. La reja de entrada se forjaría en 1885 y causaría una fuerte impresión a la opinión pública. Por otra parte, estaba casi acabándose el templo de las Salesas, cuyas obras merecieron una visita del rey Alfonso XII. Para salvar el acceso al pórtico, Gaudí mandó colocar unos tablones a modo de pequeño puente. Alguien de la corte le preguntó si aquello era suficiente para el paso del rey. Y Gaudí, rápidamente, contestó: -¡Yo paso! Y ya se veía la grandiosidad del de los Jesuitas. Ambos, las Salesas y los Jesuitas, comenzaron a figurar en las guías turísticas y monumentales de Catalunya. Durante 1884, se edificó en Comillas “El Capricho”. Gaudí no visitó nunca las obras y, de hecho, él y su cliente Díaz de Quijano no llegaron a conocerse personalmente; se sentía muy absorbido en Barcelona por la Sagrada Família. De la ejecución se encargaba su amigo y compañero Cristòfor Cascante, que como él era ayudante de Joan Martorell. Desde 1882, Cascante se había instalado en Comillas, para dirigir las obras del palacio de Sobrellano, del panteón y del seminario, obras en que trabajaban unos 300 operarios antillanos. Gaudí le envió unos planos y una maqueta muy detallada, y mantenía una correspondencia asidua sobre los diversos problemas que iban surgiendo. Como otros veranos, pasó unos días en Alella, en casa de su amigo Manel Vicens, donde dejó dos muebles: una graciosa chimenea rinconera de madera y metal y un armario angular. Y en la parroquia de Alella, dejó en el campanario románico un primer tramo de escalera curva, similar al que había hecho en la parte alta de la Gran Cascada y en la caballeriza de la finca Güell. Gaudí empatizaba mucho también con Eudald Puntí, de quien admiraba y quería compartir la seriedad profesional. Cuando Puntí preparaba las puertas correderas de la ampliación de la Sala Parés, inaugurada en enero de1884, Gaudí le ayudó a diseñar el mecanismo. Puntí era invitado a las exposiciones y Gaudí le acompañaba. Allí pudo ver, cedida por el Museo del Prado, la obra de Tiziano “Dánae recibiendo la lluvia de oro”, de la que hizo grandes elogios. A lo largo de su vida, mantendría el entusiasmo por la pintura del Renacimiento. Y en la peña de “La Renaixensa” del café Pelayo asistió al nacimiento de la primera novela catalana de éxito: “L’escanyapobres” que su autor, Narcís Oller, les leía en su casa.